El sistema educativo en México era precario antes de enfrentarse a la covid-19. La pandemia solo puso esto de relieve e intensificó necesariamente la desigualdad y el deterioro en calidad de la educación. La contingencia sanitaria demostró la urgente necesidad de tener no solo una infraestructura adecuada que garantice los espacios necesarios y convenientes para ofrecer educación a todo el que lo necesita, sino también una que garantice el acceso a la red y las diferentes herramientas tecnológicas; también mostró que se requieren políticas públicas y objetivos claros que aseguren que los sectores más marginados de la sociedad mexicana puedan tener acceso a las tecnologías de información y comunicación, pues es más que evidente que, en las circunstancias actuales, el acceso a la educación depende del acceso a las tecnologías.
Pero la falta de interés y de medidas más acertadas para enfrentar los nuevos retos que la pandemia nos pone en el terreno educativo han provocado la deserción de más de 5.2 millones de alumnos en el ciclo escolar 2020-2021. Por lo que nos enfrentamos no sólo a la difícil tarea de promover una o más generaciones de profesionistas, científicos capaces de enfrentar como ésta, cualquier pandemia venidera, particularmente en nuestro país, sino, además, de avanzar y mejorar en los resultados en cuando aprovechamiento académico se refiere, que se traduzca en un futuro profesional con alto desempeño. Nuestro país se mantiene en los niveles más bajos en términos de aprendizaje, particularmente en las áreas de matemáticas, ciencia y lectura.
Según los resultados del Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA, por sus siglas en inglés) 2018, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), los estudiantes mexicanos obtuvieron un puntaje bajo en relación al promedio de la OCDE en Lectura (rendimiento de 420 puntos), Matemáticas (409) y Ciencias (419); mientras que el promedio de la OCDE se ubicó en 487, 489 y 489 respectivamente, lo que nos pone por debajo del promedio. Solo el 1% de los estudiantes obtuvo un desempeño en los niveles de competencia más altos, pero únicamente el área de lectura, que se traduce en la comprensión de textos largos. En comparación a los resultados que se tuvieron en el 2015 el desempeño promedio se ha mantenido estable en Lectura (423), Matemáticas (410) y Ciencias (416), a lo largo de la mayor parte de la participación de México en PISA (que inicio en el 2000).
Nada alentador nos espera en la siguiente prueba que, dicho de paso, la oficina de PISA en París, Francia, había revelado que México había suspendido la aplicación de las pruebas de campo para la realización de la prueba en 2022, bajo el pretexto de la crisis provocada por la pandemia. Sin embargo, para determinar si las estrategias educativas actuales tienen resultados positivos, es necesario saber cuál es el rendimiento de los estudiantes en el contexto de la pandemia. Pero, además, esta evaluación es de suma importancia para identificar dónde están las dificultades y así resolver las carencias y desigualdades, pues, de lo contrario, se aplica el dicho “el que no da resultados, da justificaciones” o pretextos en el caso del gobierno actual. O, ¿cuál es la resistencia o el temor por aplicar esta prueba en nuestro país? ¿Será el resultado poco favorable en la implementación de la estrategia educativa durante la pandemia? Si esa es la razón, la aplicación de la prueba se vuelve necesariamente más urgente.
Es verdad que en la educación nos jugamos el futuro de México, pero no el futuro a favor las clases dominantes; ahora es cuando hay que transformar a fondo el sistema educativo mexicano. No es algo fácil, pero bien lo vale. Pues la educación es libertad, crecimiento, democracia. La educación es bienestar. Y, sin embargo, éste y los anteriores gobiernos, lo han descuidado. La educación es fundamental en la reducción de las brechas de desigualdad que vivimos, por lo que tenemos que garantizar no retroceder en esta materia ante la pandemia de la Covid-19 y por los efectos que ésta ha tenido en la economía del país.
Y para que esto suceda, es una prioridad tener que combatir la pandemia. Pero, ¿en qué condiciones se encuentra nuestro país para poder enfrentarla? Es aquí donde entra otra parte fundamental de la educación, y me refiero específicamente al desarrollo de la ciencia y la tecnología.
En este rubro, existe un evidente desinterés por mejorar la inversión que permita el avance en el conocimiento científico para el desarrollo las nuevas tecnologías, que impulse la innovación, sobre todo, en el área de la química, para la creación de patentes que nos ayuden a enfrentar esta crisis sanitaria. Sin embargo, en América Latina, que invierte en promedio entre el 0.6 y el 0.7 % del Producto Interno Bruto (PIB) desde hace más de una década, muy por debajo de 3 a 4% del PIB de los países desarrollados (el promedio de la OCDE en estos rubros es de 2.4% en relación al PIB), se ha convertido en la región con mayor necesidad de vacunas del mundo. Así lo manifiesta la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Lo más preocupante es que en México solo se destina el 0.38% del PIB, con un relativo crecimiento del 4.2% en 2021, es decir, de 98 mdp que se destinaban en 2020, en este año se destinan 102, 720.8 mdp, lo que representa, aproximadamente, un 0.7% del PIB (muy por debajo aún del promedio de la OCDE).
Así, el lento proceso de vacunación que estamos viviendo en nuestro país, el difícil acceso de la dosis de las diferentes farmacéuticas, hasta la falta de una estrategia nacional de vacunación contra la covid-19, deja en evidencia la dependencia científica y tecnológica que tenemos con los países desarrollados, en donde se encuentran las grandes farmacéuticas que desarrollan dichas vacunas. Estos las venden al mejor postor, de hecho, el 90% de las vacunas de Pfizer y AztraZeneca disponibles ahora ya han sido compradas por naciones ricas. Además, estas farmacéuticas que han desarrollado estas vacunas, quieren controlar su producción distribución y también las patentes, asegurando ganancias millonarias. Este es el impacto que tiene la ciencia en las naciones donde se le destina mayor financiamiento.
En este sentido, la poca inversión en la educación, en la ciencia y la tecnología, en tiempos de pandemia, deriva en un retroceso en la educación y en el rezago tecnológico cada vez mayor, en una generación pobre en conocimientos científicos y tecnológicos, complicando, por ejemplo, la producción de vacunas. El Gobierno federal tiene que aumentar la inversión en educación, en ciencia, en tecnología e innovación. Esta pandemia nos ha demostrado la gran importancia de tener sistemas científicos sólidos, un sistema educativo que, con base a evidencias (que puede darnos la prueba PISA), en lo bueno y malo que hayan dejado las experiencias anteriores, desarrolle políticas de intervención y que no sea una ocurrencia del sexenio o una ideología del momento.
Ante esto, y por razones que el mismo gobierno oculta, nadie puede negar la necesidad de regresar a clases presenciales. Pero antes, el gobierno debe considerar la legítima demanda de la Federación Nacional de Estudiante Revolucionarios “Rafael Ramírez” (FNERRR) de vacunar también a los estudiantes, pero, además, mejorar la infraestructura y servicios de las escuelas, de lo contrario, no solo seremos testigos de un retroceso en la educación mexicana, sino, además, como consecuencia, estaremos viviendo la mayor brecha de desigualdad jamás visto en la historia mexicana.
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