¿Cuál es el papel del educador? ¿Qué función cumple en el entramado social y por qué su participación es vital en el devenir de cualquier sociedad? Estas preguntas son las que debemos plantearnos de inicio al abordar un problema aparentemente superficial como el pago a los profesores en un momento de crisis social.
Es una verdad sabida que desde que aparece la propiedad privada y el Estado como protector de ésta, la educación ha servido como una herramienta de control sobre las distintas clases. Sería ingenuo pensar, y sobre todo tratar de ocultar, el papel ideológico que desde sus orígenes ha tenido la educación en manos del Estado. Las máximas espirituales y hasta cristianas con las que se ha envuelto al educador, tienen un sentido aletargador en el espíritu de éste, que le oculta su papel de instrumento inconsciente por parte de la clase a que obedece. Sirvan como ejemplo las palabras del afamado pedagogo alemán George Kerschensteiner: “Todo educador puede considerarse como sacerdote”. No hay pues necesidad, como suele hacerse al hablar del educador en nuestro país, de ocultar este matiz esencial en el sector educativo del que tanto el profesor como el alumno deben ser conscientes: la educación que proviene del Estado es ideología y, el maestro, inconscientemente, y movido muy seguramente por buenas intenciones, se compromete con la tarea de educar sin saber, la mayoría de las veces, que cumple, como el policía y el burócrata, una función específica para el Estado y no para la sociedad.
Este papel con el que se concibe la educación no es, sin embargo, fatal. Las formas ideológicas que utiliza el Estado para perpetuarse pueden y deben ser también combatidas con ideología. El educador tiene en sus manos la capacidad de romper las barreras y obstáculos que el sistema le impone. Las cercas del pensamiento que el Estado establece pueden y deben ser derrumbadas por el verdadero maestro. Sin embargo, dado que la educación oficial sólo puede superarse con educación, es preciso que el profesor tenga en sus manos las herramientas, el conocimiento, la cultura y la sabiduría necesarias para convertirse en un verdadero educador. La única forma de adquirir éstas es, precisamente, el estudio, aquél que se realiza fuera del aula, más allá de los manuales impuestos por el Estado, en la literatura, la filosofía, la economía, el arte, etc. Un verdadero educador no es tal hasta que no tiene consigo el conocimiento necesario para crear hombres nuevos, moldear mentes verdaderamente libres y romper los grilletes ideológicos que, muchas de las veces, desde la infancia y precisamente en las aulas, condenan a los educandos.
A pesar de lo difícil que es enrumbar el proceso de aprendizaje establecido desde el Estado, hacia una educación verdaderamente formativa de todas las aptitudes y potencias humanas; a pesar del esfuerzo desgastante que implica emprender una lucha de clases desde la superestructura, con las herramientas que el mismo sistema utiliza precisamente para controlar y someter el pensamiento, hay una esperanza. Hay posibilidades de lucha y mientras se pueda luchar, el cambio es posible y a nosotros corresponde hacerlo realidad, todo ello sin dejar de considerar que la verdadera transformación está afuera, en los campos y en las fábricas. Así pues, el profesor no sólo tiene una salida, es casi un deber el que le corresponde si quiere convertirse en un verdadero educador.
La situación hoy en nuestro país es todavía más crítica que la que se describe líneas atrás. México no sólo está a distancias insalvables de una educación real, al servicio de los trabajadores. En este momento en México la educación no alcanza ni los peldaños más bajos de la mediocridad burguesa. La calidad de las escuelas y la enseñanza que se otorga en ellas, agravadas por la crisis sanitaria, han colocado a todo el sistema educativo mexicano como uno de los peores a nivel continental y a nivel mundial. Según datos del Instituto Mexicano para la Competitividad, apoyado por información del Banco Mundial, “millones de estudiantes podrían egresar de sus estudios con conocimientos equivalentes a dos grados académicos menores”. Esto a sabiendas de que el conocimiento con el que egresan los estudiantes de nivel básico es ya de por sí deficiente. Esta situación tiene su reflejo necesario en la actual secretaria de Educación Pública, Delfina Álvarez Gómez, la prueba más fehaciente de la fatal crisis que atraviesa nuestro país.
En Hidalgo, la situación no es muy distinta a la antes descrita, pero tiene un agravante. Ante la evidente complicidad entre el gobernador del estado, Omar Fayad Meneses y el presidente del país, López Obrador, la situación para los estudiantes y profesores se agravó. El primero ha manifestado en diversas ocasiones su desprecio absoluto a la educación de la juventud; posiblemente, a diferencia de sus empleadores, sea consciente de que “un pueblo culto es un pueblo libre”. Lleva más de dos años negando el salario a profesores que, a pesar de la difícil situación que padecen, buscando empleos alternativos y malviviendo, siguen impartiendo clases, comprometidos con su deber como verdaderos educadores. Fayad ha mostrado su desprecio a la educación de diversas formas, pero hoy, más que nunca, se muestra como los viejos inquisidores medievales quienes pasaban por la horca a todo aquel que se atreviera a pensar, alzar la voz o contradecir las máximas de la autoridad. A este exceso de ignorancia y frivolidad se suma la guerra abierta y descarada del presidente morenista, quien sin tapujos ha declarado que quien aspire a superarse es enemigo de su gobierno. Hoy no sólo tenemos en México una educación de clase, precisamente de aquella que ve al trabajador como herramienta y le enseña sólo lo necesario para que cumpla su función como empleado y no como hombre, sino que, a diferencia de años anteriores, esta educación ya de por sí envenenada de ideología, es de la peor calidad.
Desde este lugar hacemos un llamado a los profesores del estado de Hidalgo, a los padres de familia y a los estudiantes, a crear un frente común contra la ignorancia y el despotismo de los representantes del gobierno estatal y federal. Los profesores que hasta el día de hoy no han recibido su salario después de dos años, seguirán enseñando, continuarán educando, precisamente, por ser conscientes de que la verdadera solución, la verdadera transformación que necesita nuestro país, radica en cambiar la forma de enseñar y de aprender, en despertar las mentes adormecidas de la juventud para evitar así que el día de mañana, hombres como Fayad y Obrador, leña del mismo árbol, vuelvan a gobernar a un país otrora tan digno como el nuestro. La lucha seguirá y no sólo se exigirá en ella salario y mejores condiciones; una vez ganada esta demanda concreta hay que continuar con la lucha trascendente, la verdaderamente revolucionaria y la que todo profesor en México debe asimilar: educar para romper las cadenas y no para aprender a cargar los grilletes.
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