Para leer esta opinión, primero deben leer la fábula del “Ratón de campo y el de ciudad”. Si ya lo hicieron, sigan. Voy a cambiar algunas cosas.
La disyuntiva de la fábula original era dónde había más paz: ¿en el campo o en la ciudad? Y ciertamente es una dicotomía, porque nada es absoluto. Tomando la fábula de referencia y cambiando un poco la historia, la reescribo brevemente:
El ratón de campo comía lo que encontraba en el huerto: champiñones, maíz y las cosas que se dieran por ahí, y que a él le gustaban. Tenía mucho espacio para caminar y respiraba un aire más limpio.
No basta con agradecer al campesino que produce las verduras de nuestra mesa o a la obrera que fabrica nuestra ropa: hay que organizarlos para luchar juntos.
Pero el ratón de campo tenía que gastar todos sus ahorros para curarse cada vez que se enfermaba, tenía que mandar a sus hijos a lugares lejanos a buscar educación y, como en su campo no había empleo, percibía muy poco dinero para mantener a sus ratoncitos. El ratón de campo vivía marginado y con precariedades.
Su primo, que llegó un día de Ciudad Ratón para visitarlo, se aburrió rápidamente y alegaba que la ciudad era más divertida y que las condiciones eran más favorables, que él comía alimentos más refinados y que los servicios eran más accesibles.
El ratón de ciudad, a su regreso a la urbe, se llevó a su primo a conocer. Llegaron a un pequeño departamento, donde no cabían, había días que no había agua, todo se pagaba. El ratón de ciudad se levantaba a las 5:00 am para hacer un viaje de 2 horas rumbo a su trabajo y regresaba hasta la noche, sin poder pasar un buen momento con su primo del campo. Las deudas lo ahogaban.
Un buen día, ambos se sentaron a beber un refresquito y se preguntaron: ¿Dónde se padece más? La discusión duró horas y al final coincidieron en que, tanto en el campo como en la ciudad, se padecía terriblemente cuando se era un ratón de la clase trabajadora.
Los dos primos entendieron que las circunstancias de vivir en el campo ofrecen algunas ventajas sobre la ciudad, y vivir en la ciudad también ofrece ventajas sobre el campo, pero ambos padecían una cruda pobreza viviendo precariamente, rompiéndose la espalda en el trabajo.
El ratón de campo, en sus dificultades y el ratón de ciudad en las suyas, sudando la gota gorda, porque ambos ratones tenían familia que mantener.
También, dentro de la charla y por consecuencia de la primera idea, se preguntaron: ¿por qué, a pesar de que ellos recibían una tarjeta con dinero, seguían siendo pobres? Y coincidieron en que trabajaban mucho y las ratas se quedaban con casi todo.
Mientras a ellos se les daban tarjetas de manera individual, se extinguían servicios básicos como el de salud. Como la vez que al ratón de ciudad se le quemó la cola planchando y no lo atendieron en el “RatónIMSS”.
El ratón de campo aseveró que las cosas empeoraron con el periodo de Gobierno del tlacuache Sópez, y seguirán mal con la topo Chimbán.
Ambos acordaron participar de otra forma para cambiar las condiciones para los ratones trabajadores del campo y la ciudad, organizarse y conquistar el poder, para así mejorar las condiciones de los ratones de clase. Se prometieron que hasta que sus cuerpos aguantaran, lucharían pata a pata con los otros ratones, y fuera el tiempo que fuera. Fin.
Saliendo del relato del ratón de campo y el de ciudad, y esperando que no haya sido demasiado pretencioso cambiar esa fábula, sólo los insto a que no veamos con ojos de indiferencia la situación de los pobres, los hombres y mujeres de manos callosas que producen la riqueza de este mundo y no reciben justicia social. Ellos han construido este mundo con su sudor, y hay que participar con ellos para cambiar la situación de todos.
No basta con agradecer al campesino que produce las verduras de nuestra mesa o a la obrera que fabrica nuestra ropa: hay que organizarlos para luchar juntos.
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