A más de uno, nos ha pasado que vamos a la tienda y el dinero no nos alcanza para comprar lo que antes comprábamos. La tortilla, el tomate, el frijol ya no cuestan lo mismo; que con 100 pesos ya solo compras dos o tres cositas y, como arte de magia, desaparece el dinero.
Pues sí. Ese es un cantar que se escucha por todos los rincones de la república mexicana. Los precios de los productos de la canasta básica han ido en aumento. Cada vez más el mexicano pierde poder adquisitivo, es decir, el dinero alcanza para menos, lo que tiene como consecuencia, un aumento directamente proporcional de pobreza, miseria y hambre, por mencionar algunos.
Según investigaciones, el último dato registra un aumento del 7.45 por ciento en el INPC. Esto quiere decir que el precio de la canasta de consumo promedio de los mexicanos se ha vuelto 7.45 por ciento más cara de marzo de 2021 a marzo de 2022. Al respecto, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) informó que los ciudadanos de a pie son quienes se ven más afectados por la situación, ya que ahora, en los últimos 3 años, hay 4 millones de personas más que han entrado a una categoría de pobreza.
Esto se torna más grave cuando los cuellos de botella se encuentran en sectores clave para el resto de la economía. En el caso de México, por poner un par de ejemplos, de marzo de 2021 a marzo de 2022, el precio de los fertilizantes, del gas natural, del hierro y de la maquinaria y equipo para alimentos y bebidas aumentaron entre el 30 y el 40 por ciento.
Ahora bien, estos bienes tienen la característica de que son esenciales para la producción de prácticamente todas las demás mercancías; sin fertilizantes no hay producción agrícola, sin gas natural no hay electricidad, sin maquinaria no hay alimentos procesados; así, el aumento en los precios de ciertos insumos termina expandiéndose al resto de los productos.
Del mismo modo, hay ciertas mercancías cuyo precio se determina en los mercados financieros internacionales, lo que los vuelve particularmente sensibles a eventos que generen incertidumbre, como es el caso de la guerra en Ucrania.
Por lo tanto, si estas son las principales causas de la inflación que azota a México, la medida de aumentar las tasas de interés resultará inútil porque solamente dificultará más la ya lentísima e insuficiente recuperación de la economía.
Se vuelve urgente, pues, considerar medidas extraordinarias, como el congelamiento de ciertos precios clave y políticas industriales y comerciales para eliminar o disminuir los efectos de los cuellos de botella antes descritos; así como combatir en serio la especulación de precios allí donde esto genera ganancias extraordinarias para unos a costa del sufrimiento de la mayoría.
Ahora, no solo se trata de descifrar números y estadísticas, sino de lo que realmente representan esos números. No hablamos de porcentajes solamente, sino de personas, niños, amas de casa, abuelitos que, día a día sufren las carencias y las consecuencias de los aumentos elevados de precios. Hablamos de entes sociales que un día sí y otro también se quedan sin comer porque no les alcanza, porque el salario que perciben (partiendo de que tienen una base económica sostenida) es tan insuficiente y tan mísero que apenas y alcanza para mal comer.
Es cierto que todos estamos sufriendo los estragos que causa la inflación, pero cometeríamos un gravísimo error si dijéramos que todos estamos sufriendo al parejo y, peor aún, sería un crimen de lesa humanidad, si para combatir ese problema, nos avocáramos solamente a fantocherías y caprichos de unas cuantas personas. Urge que se tome acción sobre el problema, como se pueda y hasta donde se pueda. A quien le quede el saco que se lo ponga.
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