MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

En honor a la verdad y en reconocimiento a la labor y calidad humana de Mercedes y Conrado

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Hace 17 años, llegué a la ciudad de Puebla con la firme intención de estudiar una licenciatura en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP); al llegar, el primer lugar al que acudí fue a la Casa del Estudiante Serrano y Carmen Serdán. Ahí, me hablaron de los objetivos del albergue y se me hizo algo interesante, pero al paso del tiempo, descubrí que, terminadas las clases, las casas cerraban sus puertas para darle paso a la cultura, al deporte, al estudio, al ambiente de trabajo y de lucha.

Conforme pasaba el tiempo, era testigo de que lo que me habían platicado, era muy cercano a todo el proyecto planteado por una organización estudiantil; me interese mucho más y esas ganas no solamente de conocer, sino de contribuir, fueron despertando, poco a poco, en un ambiente completamente armónico y estudiantil me llevaron a preguntarme la forma en cómo ser parte del proyecto.

Me platicaron del movimiento estudiantil denominado Federación Nacional de Estudiantes Revolucionarios “Rafael Ramírez” (FNERRR), por sus siglas. Por primera vez, conocí al comité estudiantil y me enteré de que este proyecto de casas no era exclusivo de Puebla capital, sino que había más casas del estudiante en todo el país. Que no solo hacían trabajo con universitarios, sino que luchaban por jovencitos de nivel básico y nivel medio superior.

Recuerdo que quien me platicaba del proyecto y de lo que se hacía, fue una joven que se presentó como estudiante de la Escuela Normal Superior de la mixteca baja. Con una sonrisa siempre alegre, brillo en los ojos y llena de paciencia, nos explicaba el papel de los jóvenes en una sociedad como la nuestra; la emoción de ella era tanta que me animó de manera resuelta a ser parte del movimiento estudiantil al que ella pertenecía.

Pasaron los meses, los años, y con esa paciencia que le caracterizaba y esa alegría, reunía a un equipo de jóvenes a los que nos hermanaba la difícil situación de la que veníamos. Nos enseñaba a soñar con miras a que ese sueño fuera realizable, la sensibilidad con la que nos cuidaba a todos siempre fue el ejemplo que consolidó a grandes jóvenes profesionistas que hoy por hoy son grandes compañeros de lucha y cuya profesión se encuentra al servicio del pueblo sufriente.

Quizá, en estas líneas, convenga mencionar algunas muestras vivas y testigos fehacientes que dan testimonio de lo que un servidor relata; la maestra Lourdes Guzmán, quien es una líder muy comprometida y humana en el estado de Chiapas; Huitzilihuit Bonilla López, abogada y luchadora social; Federico Morales Ramírez, gran profesor en el estado de Hidalgo; José Damián Ramírez, otro gran profesor que ahora dedica su vida no solamente enseñar, sino a dar metas en la vida a jóvenes preparatorianos; Ana Beatriz Chávez Prieto y Adán Márquez Vicente, actual líder nacional de la FNERRR; y un servidor, que dirijo actualmente a los más humildes en el Estado de Tlaxcala. Muchos son los compañeros que no mencionaré por cuestiones de espacio, pero no porque se haya terminado la lista de esos profesionistas humanos en los que Mechita, como le decíamos de cariño, influyó para ser lo que ahora somos.

Hoy, con lágrimas en los ojos, recuerdo esas reuniones, esas batallas, esas luchas para que los estudiantes poblanos y mexicanos del país tuvieran mejores condiciones educativas, todas las aventuras que pasamos juntos, las tristezas, las penas, las preocupaciones, siempre nos animó y enseñó que el trabajo en equipo es superior al trabajo individual. Bajo su tutela y siempre en colectivo, superamos muchos obstáculos, por difíciles que fueran y nos inculcó la esperanza de que un mundo diferente no era solamente necesario, sino que era posible.

Quienes la conocimos, podemos dar fe de que de la persona a la que el día de hoy le dedico estas modestas líneas, fue siempre buena, humilde, sencilla, luchadora, valiente. En estas líneas no caben los calificativos de la persona tan completa que era, no puedo decir todo lo que Mercedes Martínez nos enseñó y lo mucho que significó y fue para nosotros, pero fue, en resumidas cuentas, un gran ejemplo de ser humano.

Después de las batallas libradas en la FNERRR, logrando grandes obras y servicios para miles de jóvenes, decidió irse a luchar por los más desprotegidos en el estado de Baja California, posteriormente a luchar por las mismas causas, pero ahora en el estado de Sinaloa y, finalmente, donde desgraciadamente le arrebataron la vida, de una forma tan cruel, bestial e inhumana, en el estado de Guerrero.

Todos cuantos la conocimos decimos que ella, su pareja y su pequeño hijo, por todo lo que eran, no merecían morir y menos en manos de cobardes chacales. Su compañero de vida y de lucha, Conrado Hernández, otro gran luchador, era un hombre bueno, valiente, humano, sereno, inteligente y muy solidario. Siempre nos recibían ambos con un fraterno abrazo y una cálida sonrisa. Y, como era de esperar de dos almas buenas, cuando nos enteramos de que su hijo venía en camino, fue para todos una gran y esperanzadora noticia, pues esa pequeña e inocente promesa no podía tener sentimientos diferentes a los de sus padres y a la gran organización en la que militaban que es el Movimiento Antorchista.

Su hijo, de apenas seis años, era educado en las filas de nuestra organización para desarrollar sus virtudes y luchar, hombro con hombro, por la gente más humilde de nuestro país, con el único objetivo de lograr una patria más justa, más humana. Nosotros no tenemos ninguna duda de que el niño era una gran promesa, no solamente para antorcha, sino para todos los mexicanos. ¡Ellos no merecían una muerte así, los hombres buenos no merecen algo así!

Camarada Mechita y Conra, sepan ustedes que su muerte no será en vano y que, aunque estamos profundamente tristes por esta gran perdida, estamos a su vez muy indignados. Su ejemplo nos impulsa a elevar la voz para exigir justicia por ustedes y por todos los que han sufrido tragedias semejantes en el país. Hoy son símbolo de todos esos niños, mujeres y hombres, que han corrido la misma desgracia y a quienes nadie les ha hecho justicia.

Los antorchistas seremos la voz de esas madres, hermanas, hijos, padres y de todos los mexicanos que sufren y que no encuentran consuelo, a quienes nadie hace eco en su dolor. Los hemos despedido con profunda tristeza, pero a la vez con profunda convicción de que el ideario que ustedes enarbolaron será abrazado por más hombres y mujeres que más temprano que tarde, lograremos la meta, la causa a las que ustedes siempre le fueron fiel.

¡Hasta siempre, camaradas!

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