En el mundo contemporáneo, la elección de una carrera profesional parece ser un paso esencial en la construcción de una vida digna. Desde la infancia, se nos inculca la idea de que el éxito y la realización personal dependen de nuestra capacidad para alcanzar una formación académica que, eventualmente, se traduzca en un empleo estable y bien remunerado.
Sin embargo, al examinar más de cerca la estructura social y económica en la que nos desenvolvemos, surge una inquietante verdad: independientemente de la profesión que elijamos, todas forman parte de una vasta cadena ideológica al servicio de la burguesía, y su propósito final es la acumulación incesante de capital.
Karl Marx ya lo advertía en el siglo XIX: el sistema capitalista está diseñado para perpetuar la explotación del proletariado, mientras concentra cada vez más riqueza y poder en manos de una minoría.
Este fenómeno no es nuevo. Desde los albores del capitalismo, la burguesía ha sabido utilizar su hegemonía para moldear la superestructura social a su conveniencia, incluyendo la educación y el trabajo.
Karl Marx ya lo advertía en el siglo XIX: el sistema capitalista está diseñado para perpetuar la explotación del proletariado, mientras concentra cada vez más riqueza y poder en manos de una minoría.
En este contexto, la noción de “libertad de elección” se revela como una mera ilusión. El sistema educativo, lejos de ser una herramienta para la emancipación, funciona como una fábrica de trabajadores dóciles, preparados para insertarse en la maquinaria productiva y generar plusvalía para sus empleadores.
No importa si se elige ser médico, ingeniero, abogado o artista; todas las profesiones están subordinadas a la lógica del capital. El médico no trabaja por la salud del pueblo, sino para mantener un sistema de salud que prioriza el lucro sobre el bienestar.
El ingeniero no diseña para el progreso social, sino para optimizar la eficiencia y la rentabilidad de las industrias. El abogado, lejos de ser un defensor de la justicia, se convierte en un técnico legal al servicio de los intereses corporativos.
Y el artista, en lugar de expresar su creatividad libremente, a menudo se ve forzado a producir contenido que sea comercializable.
Este esquema de explotación no solo empobrece materialmente a los trabajadores, sino que también los aliena de su esencia humana. Al reducirnos a meros engranajes en la máquina del capital, el sistema nos despoja de nuestra capacidad de autodeterminación, de nuestra creatividad y, en última instancia, de nuestra humanidad.
El trabajo, que debería ser una fuente de realización personal y social, se convierte en una carga, en una actividad alienante que perpetúa la desigualdad y el sufrimiento.
Ante esta realidad, ¿cuál es la salida? El primer paso es reconocer que el problema no radica en la profesión o en la carrera que se elige, sino en el propio sistema capitalista. No es posible encontrar una verdadera emancipación dentro de los márgenes de un sistema cuya razón de ser es la explotación y la acumulación de capital.
Por tanto, la única solución viable es erradicar este sistema y construir una sociedad diferente, una sociedad socialista donde el trabajo sea un medio para la realización humana, y no para la acumulación de riqueza para unos pocos.
En México, este camino pasa por la organización y la lucha política. Es necesario construir una conciencia de clase que permita a los trabajadores reconocer su posición en el sistema y actuar en consecuencia.
Aquí es donde entra en juego la importancia del Movimiento Antorchista, que desde hace décadas ha venido trabajando por la construcción de un movimiento popular que no solo denuncie las injusticias del capitalismo, sino que también proponga una alternativa concreta basada en los principios del marxismo-leninismo.
El estudio y la comprensión del marxismo-leninismo no son opcionales, sino imprescindibles para cualquier movimiento que aspire a transformar radicalmente la sociedad. Esta corriente de pensamiento proporciona las herramientas teóricas necesarias para analizar la realidad social, comprender la naturaleza del capitalismo y trazar una estrategia para su superación.
Pero el estudio, por sí solo, no es suficiente. Es necesario organizarse, movilizarse y construir poder popular desde abajo, en cada comunidad, en cada centro de trabajo, en cada escuela. Solo así será posible ir socavando las bases del sistema capitalista y construir una nueva sociedad.
Sin embargo, el camino no es fácil. La burguesía no cederá su poder voluntariamente, y empleará todos los medios a su disposición para mantener el status quo.
La represión, la manipulación mediática, la cooptación de líderes y movimientos son solo algunas de las estrategias que el sistema utiliza para neutralizar cualquier intento de cambio real. Por ello, la organización debe ser firme, consciente y decidida.
No se trata de reformas cosméticas que perpetúan la explotación, sino de un cambio estructural profundo que coloque al ser humano y su bienestar en el centro de la vida social.
Por lo tanto, la elección de una carrera profesional, en el contexto del capitalismo es, en última instancia, una trampa que perpetúa la explotación y la acumulación de capital.
La verdadera emancipación sólo puede alcanzarse a través de la erradicación del sistema capitalista y la construcción de una sociedad socialista. En México, esta lucha pasa por la organización y la formación política en torno al marxismo-leninismo, con el Movimiento Antorchista como su principal referente.
Sólo así podremos construir un futuro en el que el trabajo sea sinónimo de libertad y dignidad, y no de explotación y alienación.
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