Sonrisas, festejos, abrazos, lágrimas de felicidad y felicitaciones se escuchan y ven por todo el país desde hace unos días; así continuarán durante algunos días más, tanto en mansiones de zonas residenciales como en humildes casas o chozas de colonias y rancherías marginadas para celebrar las graduaciones de hijos y parientes desde los niveles básicos de educación hasta los de licenciatura. En todos los casos, los graduados pueden presumir como supervivientes a una de las etapas más duras que ha vivido la humanidad entera en fechas recientes, la pandemia de covid.
Y no sólo por no haber perdido la vida a causa del SARS-CoV-2, sino por haber logrado mantenerse en las aulas y culminar sus estudios en medio del desafío que significó el estudiar en casa, sin los equipos tecnológicos necesarios, en más de medio millón de hogares, incluso sin energía eléctrica (el Censo de Escuelas, Maestros y Alumnos de Educación Básica y Especial (Cemabe), estableció que más de 42 mil aulas de planteles públicos de educación especial, prescolar, primaria y secundaria carecen de energía eléctrica), superando las limitaciones económicas por recortes de jornadas laborales y de salarios que sufrieron miles de mexicanos, la pérdida de empleos que afectó a otros y, en los casos más graves, la muerte por covid de familiares, en múltiples casos quienes eran el sostén de la familia.
Por la objetiva e inocultable diferencia de clases que caracteriza a nuestra sociedad capitalista, no son iguales ni las fiestas de graduación en escuelas y hogares de los diversos estratos ni las dificultades que han tenido que vencer el hijo de un campesino o el de una trabajadora de la maquila, como tampoco son iguales la alegría, la satisfacción y el orgullo que pueden sentir los jóvenes de diferente origen clasista.
Tuve el honor de apadrinar a los jóvenes que terminaron su educación media superior en la Preparatoria “Moctezuma Ilhuicamina”, de la colonia Unión Antorchista en Tijuana; pude testificar, sentir y compartir su alegría y la de sus padres y maestros. Con ellos recordé que en 2012 se reformó el artículo tercero constitucional para establecer el derecho y la obligatoriedad de la educación a nivel bachillerato para todos los jóvenes mexicano, así como el plazo que se estableció para alcanzar la cobertura completa para este nivel en este ciclo escolar que justamente se está clausurando.
¡Nada más lejos de la realidad! El derecho a la educación media superior se ha sumado al derecho a la vivienda digna, al salario remunerador, al empleo y a la salud, que como todas las garantías constitucionales se han convertido en papel mojado, pues millones de mexicanos no cuentan con vivienda digna, el desempleo crece como nunca, la inflación de los precios de los productos básicos esta desatada, llegando casi al 8%, el gasto en salud del gobierno de la 4T ha disminuido a pesar de la pandemia.
Igualmente es de papel el derecho a estudiar la “prepa”: seis de cada 10 jóvenes que deberían estar en las aulas a este nivel, en el ciclo pasado se calcula que más de medio millón de muchachos abandonó las aulas por diversos problemas, a nivel nacional se calcula que son 3 millones y medio el número de jóvenes que deberían de estar inscritos en prepa y no lo están, el equivalente a lapoblación de todo el estado de Baja California.
Por supuesto, entonces, que festejar que un hijo del pueblo, un hijo de obreros, campesinos o de empleados humildes termine sus estudios está más que justificado. Que la ocasión exige no solo echar las campanas a vuelo, sino también reflexionar para hacer realidad el pensamiento de José Martí que habla de que “Al venir a la tierra todo hombre tiene derecho a que se le eduque y después, en pago, el deber de contribuir a la educación de los demás”; madres y padres de familias trabajadoras, maestros y profesionistas con sensibilidad y responsabilidad social, jóvenes cada vez más conscientes de la realidad social a la que ese están integrando, todos debemos construir una gran unidad, una fuerza social capaz de superar no solo los rezagos y problemas educativos que padece nuestro México y sus hijos, sino el sistema completo que nos rige, que deja caer sobre las espaldas de los trabajadores y sus familias toda suerte de calamidades.
Al gobierno actual de signo morenista, lo mismo que a los anteriores priístas o panistas, no les importa que deshonrosamente México siga figurando como una de las naciones con los peores salarios y con las jornadas laborales más esclavizantes y prolongadas; no les importa que la corrupción de menores se haya incrementado en lo que va del sexenio, en lugar de que la niñez y la juventud sean más sanos y tengan garantizada la educación y el acceso al deporte y a la cultura (lamentablemente, Baja California ocupa el primer lugar a nivel nacional en casos de corrupción de menores, con el doble que Ciudad de México, en el segundo lugar); no les importa que la estabilidad y la salud mental de la juventud se haya deteriorado con la pandemia, uno de cada cinco jóvenes de entre 15 y 24 años presenta síntomas de depresión.
La lista de los males sociales -desgraciadamente la inseguridad y la violencia de manera destacada- que se incrementan día a día en nuestra Patria podría seguir ocupando muchas hojas, pero lo dicho basta para apuntalar la idea de que sigue siendo válido lo dicho por Marx, la liberación del pueblo trabajador tiene que ser obra del propio pueblo trabajador, pero solo a condición de que luche y que lo haga de manera organizada como fruto de la unidad de acción que logre por su comprensión de la realidad que vive, de los causas de sus males y de las medidas a tomar para superarlos.
Apadrinar a los egresados de la Preparatoria Moctezuma Ilhuicamina, que se han formado en el espíritu de una educación crítica, científica, democrática y popular que les imbuyeron sus maestros de Antorcha Magisterial, me confirmo la importancia y necesidad de ampliar y profundizar el trabajo educativo del antorchismo. Que las escuelas antorchistas son escuelas progresistas, pasó de la compresión al sentimiento al presenciar sus bailes y poesías (entre las que me conmovieron una vez más los versos de Rafael Blanco Belmonte:
“¡Hay que luchar por todos los que no luchan!
¡Hay que pedir por todos los que no imploran!
¡Hay que hacer que nos oigan los que no escuchan!
¡Hay que llorar por todos los que no lloran!
Hay que ser cual abejas que en la colmena
fabrican para todos dulces panales.
Hay que ser como el agua que va serena
brindando al mundo entero frescos raudales.
Hay que imitar al viento, que siembra flores
lo mismo en la montaña que en la llanura,
y hay que vivir la vida sembrando amores,
con la vista y el alma siempre en la altura”.
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