Lo leí en El Financiero del 25 de julio: “Habrá clases presenciales «llueva, truene o relampaguee»: AMLO en medio de tercera ola de covid-19”. El primer párrafo se lee: “Veracruz. El presidente Andrés Manuel López Obrador anunció el sábado que habrá regreso a clases presenciales «llueva, truene o relampaguee» pese a la tercera ola de covid-19 que aqueja al país y al recelo de algunos maestros”. Y en el párrafo siguiente: “Vamos a reiniciar las clases, va a iniciar el nuevo ciclo escolar a finales de agosto. Llueva, truene o relampaguee no vamos a mantener cerradas las escuelas. Ya fue bastante”. Y líneas abajo: “México es con Bangladesh el país que más tiempo lleva con las escuelas cerradas y esto no es bueno”.
Creo que todos los mexicanos estamos de acuerdo con esta posición presidencial, en particular, los propios estudiantes y los padres de familia. No creo que sean muchos los que piensen que el regreso a las clases presenciales es perjudicial o irrelevante para el país; que con las escuelas cerradas y los estudiantes recibiendo una educación a distancia de muy dudosa calidad, estamos requetebién. La inmensa mayoría está convencida de que el regreso a clases es una prioridad nacional.
Justamente por eso, todos nos sorprendemos de que aun conociendo esa urgencia y la difícil situación de salud pública en que nos hallamos por la pandemia de Covid-19, ni el presidente ni la Secretaría de Educación Pública hayan hecho nada serio, nada realmente eficaz para garantizar que el retorno a clases no sea terreno abonado para una mayor propagación del virus y el consiguiente incremento de muertes, ahora entre la población estudiantil y magisterial. ¿Es eso ser un enemigo del cambio y del presidente López Obrador? ¿No nos basta con ser ya el cuarto país del mundo en número de decesos por el coronavirus?
El peligro es real y es serio. En su columna “En Privado” (Milenio del 22 de julio), Joaquín López-Dóriga escribe que, hablando con el doctor Arturo Erdely, éste le dijo que, con base en cifras oficiales sobre la evolución de la pandemia, se puede asegurar que el gobierno nunca ha tenido el control epidémico, nunca logró domar la pandemia ni aplanó la curva ni acabó la primera oleada. El doctor Erdely calcula que los contagios al día de hoy, cuando la cifra oficial es de 2 millones 693 mil 495 casos, en realidad tenemos 77.8 millones; y las muertes que, según las mismas cifras, anoche llegaron a 273 mil 207, hay que multiplicarlas por 2.18, que da un total de 517 mil 111, en línea con el exceso de mortalidad. (Las cursivas son del original y la cita no es textual)
Hablando de la “tercera ola” que nos amenaza, López-Dóriga añade que “ayer los contagios volvieron a alcanzar máximos de esta oleada, 15 mil 198, que no se vieron en la primera cuando nunca se rebasaron los 10 mil, y las muertes (ayer) llegaron a 397”. Datos más recientes informan de que los contagios superan ya las 16 mil víctimas diarias y que las muertes se duplicaron en una semana, rebasando los 400 decesos. Según medios internacionales, la “nueva ola” se debe a una variante del SARS-CoV-2, llamada Delta, más agresiva y contagiosa que la primera y que ataca también a niños y jóvenes.
El Sol de México, 26 de julio, publica una nota con información de EFE, AFP y Reuters: “Mueren cientos de niños por covid-19 en Indonesia. En duda, la idea de que enfrentan riesgo mínimo; EU va en la «dirección equivocada», dice Fauci”. Sigue la nota: “Cientos de niños han muerto en el país asiático a causa del coronavirus en las últimas semanas, muchos menores de 5 años”. Y dos líneas adelante: “El aumento de las muertes infantiles coincide con la explosión de la variante Delta en Asia, donde las tasas de vacunación son bajas”. Conviene saber que, en México, estudios preliminares han encontrado que más del 60% de los nuevos contagios son ocasionados por la misma variante Delta. Así pues, la “nueva ola” es una amenaza directa a la población estudiantil, sin excluir a los niños que aún no asisten a la escuela.
Desde mediados del año pasado aproximadamente, se comenzó a discutir el posible retorno a clases presenciales, y desde entonces, expertos nacionales y extranjeros, incluida UNICEF, de la ONU, han señalado que un regreso más o menos seguro a las aulas exige medidas elementales de higiene y desinfección de locales escolares, alumnos, maestros, trabajadores y padres de familia. No es posible el retorno a clases sin garantizar, por ejemplo, el control de la temperatura de todos los asistentes a las aulas, el uso universal de un cubrebocas especial, gel antibacteriano y la atención oportuna de cualquiera que muestre algún síntoma de coronavirus.
Tampoco es posible reabrir las escuelas sin que la autoridad correspondiente garantice que en todas hay agua corriente, drenaje sanitario funcional, energía eléctrica, ventilación adecuada, de preferencia con filtros del aire en cada salón, sanitización diaria de los locales con mayor afluencia de estudiantes y personal, incluidos cafetería y restaurante si los hay, del transporte escolar y de canchas, teatro o gimnasios. Por último, es indispensable dosificar la asistencia diaria de estudiantes de acuerdo con la capacidad del aula con objeto de asegurar la sana distancia entre ellos.
¿Qué de todo esto se tiene garantizado en las escuelas mexicanas? Está bien documentado que un número significativo ha sufrido daños cuantiosos, de mayor o menor gravedad, como consecuencia del largo tiempo que han permanecido cerradas, sin ningún tipo de mantenimiento o siquiera de limpieza. Muchas de ellas han sido vandalizadas y los delincuentes se han llevado computadoras, material de laboratorio, mesas, sillas y escritorios, inodoros, cables de cobre de las instalaciones eléctricas, han roto u obstruido el drenaje y, “como recuerdo”, dejaron “grafiteado” todo el edificio. ¿Cuántas de estas escuelas han recibido el mantenimiento requerido? ¿Cuántas están realmente listas para recibir sin peligro a sus estudiantes?
La pregunta se impone porque ni el presidente ni la Secretaría de Educación Pública (SEP) han informado nunca, detallada y suficientemente, sobre estas cuestiones. Se han limitado a hablar de un retorno gradual para garantizar la sana distancia; que el regreso a clases será voluntario y que la reapertura de cada escuela será libremente decidida por los padres de familia y la comunidad escolar. Han hablado del gel antibacteriano, la toma de la temperatura y el uso de cubrebocas, pero no precisan quién se hará cargo del aprovisionamiento de esos materiales. Es fácil ver que el retorno voluntario y la apertura democráticamente decidida de cada escuela, aun en el caso de que sean ciertos, no resuelven las carencias de que hablamos ni eliminan, por tanto, el peligro que corre la salud de la comunidad escolar. Se trata de una astuta maniobra para echar sobre padres, madres y comunidad una responsabilidad que es, claramente, del gobierno y de la SEP.
En su discurso del sábado 24 en Veracruz, el presidente volvió a guardar absoluto silencio sobre estas cuestiones, ignorando que son la verdadera razón de la oposición que existe al retorno apresurado a las aulas. Lejos de eso, recurrió al gastado estribillo de que son sus adversarios, esos que “siempre dicen «no»” a “todo lo que proponemos”; minimizó la “tercera ola” asegurando, sin ningún respaldo en los datos, que “no es lo mismo” que la anterior y que solo existen “pequeños rebrotes”. Pero la columna de El Financiero antes citada dice que llevamos cuatro días con más de 15,000 casos diarios y hay nueve entidades en alerta amarilla por una ocupación hospitalaria mayor al 50 por ciento.
La misma nota dice: “para reabrir las aulas, el gobierno vacunó en abril y mayo con la vacuna china de CanSino, de una dosis, a más de 2.7 millones de trabajadores educativos nacionales de un universo de 3.1 millones”. Parece, pues, que se apuesta todo a la vacuna, pero las cosas en este terreno tampoco van bien. En su conocida columna “Estrictamente personal” (El Financiero del 22 de julio), Raymundo Riva Palacio dice: “…se han recibido un total de 73 millones 699 mil 175 dosis de los biológicos de Pfizer, AstraZeneca, SinoVac, Sputnik V, Cansino y Janssen, pero hasta el pasado domingo se habían aplicado 54 millones 282 mil 399 inyecciones, por lo que en una operación de sumas y restas, 19 millones 416 mil 776 dosis no se habían aplicado”. El columnista afirma que cada día es mayor el rezago en la aplicación de la vacuna respecto a la fecha de su arribo al país. Riva Palacio concluye: “La incompetencia de López-Gatell no tiene calificativos ni descripción en estos momentos en que el Covid-19 subió en 42 por ciento el número de contagios en una semana, y se elevaron en 34 por ciento las hospitalizaciones y en 27 por ciento el número de camas con ventiladores”.
López-Dóriga, misma columna ya citada, dice: “ayer, con esquema completo, llegaron a 22 millones 290 mil 247 personas, más 16 millones 753 mil 701 con una dosis, lo que da un total de 39 millones 43 mil 948. Pero el punto no es lo que llevan, sino lo que falta. De dosis completa están pendientes 72.7 millones de mexicanos y hay 56 millones sin una sola dosis”. Ésta es la situación real en medio de la cual el presidente dice que habrá clases presenciales a fines de agosto “llueva, truene o relampaguee”. Plantea el problema como un duelo entre él y sus “enemigos”, y es para él cuestión de honor ganar ese duelo a como dé lugar. Pero se equivoca peligrosamente. “Llueva, truene o relampaguee” significa pase lo que pase; es decir, aunque estudiantes y maestros se contagien y eventualmente mueran. En su desmesurada egocracia, está dispuesto a jugarse la vida de la flor y nata de la juventud mexicana y de buena parte de los intelectuales al servicio de la educación, (los maestros), con tal de vencer y humillar a sus supuestos enemigos.
¿Tiene derecho el presidente a hacerlo? ¿Tiene derecho cualquier gobierno, cualquier gobernante del mundo, a apostar la vida de sus ciudadanos con tal de imponer a rajatabla su voluntad? Evidentemente que no. Y hacerlo es no solo un grave error, sino un delito que, en última instancia, deberá impedir el pueblo consciente y organizado. La tarea, por tanto, es esa: educarnos y organizarnos para tomar en nuestras manos las riendas de la nación. Para el bien de todos sus hijos. Sin excepciones.
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