En México, el panorama político actual sugiere la presencia de un nuevo neoliberalismo, que se manifiesta a través de la reciente administración y las elecciones que han tenido lugar.
A pesar de las proclamaciones triunfalistas de los medios de comunicación, que celebran el apabullante triunfo del presidente en las últimas elecciones, la realidad revela tensiones y luchas internas dentro de su partido, Morena, y la llamada Cuarta Transformación (4T).
La persistente pobreza y la creciente desigualdad son el resultado de un modelo económico que, bajo el pretexto de beneficiar a los más necesitados, en realidad perpetúa las viejas estructuras de poder
La retórica utilizada por los líderes del partido y el presidente ha creado una narrativa en torno a la alta participación electoral. Sin embargo, al observar las cifras, es evidente que esta afirmación no se sostiene.
En las elecciones del 2 de junio de 2024, un alarmante 40 % de los ciudadanos no ejerció su derecho al voto, lo que contrasta marcadamente con la participación en elecciones anteriores, como en 2018, donde el 63 % de la lista nominal acudió a las urnas.
Estos datos muestran un desinterés creciente por parte de la población hacia el proceso electoral. A pesar de los esfuerzos de movilización y propaganda por parte del gobierno y el partido, la realidad es que muchos ciudadanos sienten que no tienen opciones viables.
En un contexto donde los presidentes anteriores como Enrique Peña Nieto y Vicente Fox habían logrado mayores tasas de participación, la situación actual resulta inquietante.
Los resultados de las elecciones, que fueron presentados como un gran triunfo, se ven empañados por la falta de participación y el descontento general.
Más preocupante aún es que, a medida que se acerca el final de la administración de AMLO, los indicadores económicos y sociales del país reflejan un panorama desolador. La deuda pública asciende a 17 billones de pesos, mientras que el costo excesivo de las obras públicas alcanza los 485 mil millones.
Asimismo, la pobreza afecta a más de 56 millones de mexicanos, y la inflación ha llegado a niveles alarmantes, alcanzando el 30 %. Estos son sólo algunos ejemplos que evidencian una situación crítica.
En este clima de descontento, los líderes de la 4T parecen distraer a la población con promesas y discursos que no abordan los problemas estructurales de desigualdad y pobreza que aquejan al país.
La concentración de la riqueza en manos de unos pocos se ha convertido en un rasgo distintivo de la economía mexicana. Mientras que un pequeño grupo de ciudadanos disfruta de la riqueza, más de 65 millones de personas viven en condiciones de pobreza, y otros análisis sugieren que este número podría superar los 100 millones, ya que las cifras oficiales a menudo están maquilladas.
La persistente pobreza y la creciente desigualdad son el resultado de un modelo económico que, bajo el pretexto de beneficiar a los más necesitados, en realidad perpetúa las viejas estructuras de poder.
La 4T, lejos de representar un cambio radical, ha optado por continuar con políticas que favorecen a los mismos intereses que han dominado el país por décadas. La narrativa de un gobierno al servicio de los pobres es un espejismo que oculta la realidad de un sistema que sigue favoreciendo a una élite.
Este nuevo neoliberalismo no sólo se limita a la economía. También se refleja en la falta de atención a sectores críticos como la salud, la educación y el deporte.
Las promesas de cambio se diluyen ante la evidencia de un sistema que no logra responder a las necesidades básicas de la población. La violencia y la inseguridad, con un promedio de 82 asesinatos diarios, son un claro indicador del fracaso del gobierno en garantizar la seguridad de sus ciudadanos.
Frente a este escenario, es esencial que los mexicanos no caigan en la trampa de la complacencia. La percepción de que las cosas están mejorando, a pesar de los datos alarmantes, puede llevar a la población a pensar que no es necesaria una organización social o una lucha activa por el cambio.
La falta de participación y el desencanto son peligrosos, pues pueden resultar en un ciclo de inacción que perpetúe el status quo.
La lucha por la justicia social, la equidad y el reconocimiento de los derechos de todos los mexicanos debe continuar. Es fundamental que la población se organice y exija un verdadero cambio en la distribución de la riqueza, un cambio que no sea solo cosmético, sino que aborde las raíces de la desigualdad.
La historia de México ha demostrado que la verdadera transformación social requiere una participación activa y consciente de los ciudadanos.
Si bien es cierto que la 4T ha logrado ciertos avances, estos no deben ser motivo de complacencia. La lucha contra la desigualdad y la pobreza debe ser una prioridad.
El verdadero desafío radica en desmontar las estructuras que perpetúan la injusticia y en fomentar una economía que beneficie a todos, no sólo a unos pocos.
El llamado a la organización y la movilización es urgente. Los ciudadanos deben permanecer alerta y críticos ante las narrativas oficiales que buscan desviar la atención de los problemas fundamentales.
La historia de México exige que el pueblo no sólo sea espectador, sino protagonista en la búsqueda de un futuro más equitativo y justo. La lucha de clases, que se manifiesta entre ricos y pobres, no debe ser ignorada; es un desafío que requiere un compromiso colectivo y una acción decidida.
En conclusión, el nuevo neoliberalismo en México no es más que una reconfiguración de un sistema que, bajo la apariencia de un gobierno progresista, continúa beneficiando a una élite a expensas de las grandes mayorías.
La única manera de cambiar esta realidad es a través de la organización y la lucha constante por la justicia social.
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