Parece que las desapariciones de mujeres ya son parte del panorama nacional o, como se dice ahora, estamos a punto de normalizar el fenómeno debido a que los noticiarios de radio, televisivos o digitales, en todas sus ediciones, remachan, una y otra vez, las noticias sobre desaparición o asesinato de mujeres jóvenes al grado de que, en algunos casos, van haciendo historias tipo telenovelas.
Sí, desgraciadamente, con los detalles que los medios de comunicación van revelando día a día enganchan a miles de espectadores, pero sin llegar a decirles que es un grave problema social que el Estado mexicano debe solucionar, pero que no lo hacen porque está ocupado en hacer negocios con la iniciativa privada o en armar circos mediáticos para que la gente no se dé cuenta de su falta de operatividad y protección para mujeres, jóvenes y los mexicanos en general.
No hablo de la prevención de la violencia contra mujeres, niñas y adolescentes o de los lineamientos y protocolos de actuación de las instituciones especializadas, las cuales, lamentablemente, se convierten en un registro de casos de violencia, maltrato o feminicidio, y de apoyo a quienes acuden a ellas, pero no tienen la capacidad de frenar el fenómeno en ninguna entidad porque no están dentro de las casas o no pueden acompañar siempre a todas las mujeres que están obligadas a transitar por las calles, ya sea por trabajo, salud o sana diversión, que también es un derecho. Mucho hacen con apoyar y aliviar un poco el dolor de las que solicitan su intervención, pero no resuelven el problema de fondo.
En mi colaboración de la semana anterior, comenté que en lo que va de este año hay 748 mujeres desaparecidas, 46 por ciento de ellas en el Estado de México, la Ciudad de México y Morelos. Dichos datos fueron proporcionados por la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, el pasado 20 de abril, en un informe que rindió ante el Senado de la República.
También informó que en 2020 se abrieron 949 carpetas de investigación por el delito de feminicidio y en 2021 fueron 977, de las cuales 12 por ciento corresponden a menores de 18 años. Asimismo, dijo que 66 de cada 100 mujeres de 15 años o más, ha sufrido un incidente de violencia de cualquier tipo y que, en 2021, recibieron 300 mil llamadas de auxilio.
¡Ajá!, ¿y cuál fue la estrategia que la dependencia ofreció para solucionar el problema? La presidenta de la Comisión Especial para dar seguimiento a los feminicidios de niñas y adolescentes, Gabriela López Gómez, dijo que la prevención de la violencia contra las mujeres, las niñas y las adolescentes debe ser una alta prioridad para el Estado mexicano, para lo cual es necesario “estandarizar los lineamientos y protocolos de actuación de las instituciones”.
No obstante, hay que recordar que esa estrategia no ha funcionado porque no va al fondo del problema. En 1975, organizaciones independientes de mujeres mexicanas, que no fueron convocadas a la Primera Conferencia Mundial de Mujeres, organizada por la ONU y que se realizó en la capital mexicana, demandaron el reconocimiento como un problema público de la violencia que se ejerce contra las mujeres, principalmente en el hogar.
Desde entonces, los colectivos feministas han luchado no solo para que se reconozca la violencia, sino para que se elimine, por eso tenemos las manifestaciones que cada 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, realizan esos colectivos, aunque a decir verdad son ignoradas por los gobiernos de los tres niveles y, muchas veces, son golpeadas por la fuerza pública.
También tenemos que cada 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer, la cual tampoco ha tenido repercusiones favorables.
Cierto que a partir de esas luchas, los gobiernos de los diferentes niveles han creado institutos para la atención de la mujer, o en especial de la violencia de género y feminicidios, pero con muy pobres resultados.
Para dar mayor seguridad y protección a las mujeres, el Estado mexicano debería brindarles educación de calidad para que construyan un buen futuro; obligar a las empresas a pagar mejores salarios a sus trabajadores, quienes, además, son los que más horas laboran al día y al año con respecto a otros países; por ejemplo, en Alemania los empleados trabajan cada año mil 363 horas, pero en México cada trabajador destina 2 mil 255 horas anuales. Además, recordemos el refrán popular que dice que cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana, y entra la violencia intrafamiliar, agrego yo.
Asimismo, debería ocuparse en cambiar la imagen urbana de las colonias que habitan los trabajadores más humiles pues, como dicen los especialistas, un entorno sucio y sin servicios no solo genera más suciedad y mala imagen, sino que también es factor de inseguridad porque fomenta la violencia dentro de los hogares y fuera de ellos.
Hay que agregar que poco a poco el miedo se va apoderando de las mujeres porque sus calles no tienen alumbrado público y temen ser víctimas de la delincuencia. Desgraciadamente, esa sensación de inseguridad desarrolla otras emociones, angustia, ansiedad y, lo más grave, trastornos de personalidad.
Lo peor, es que el miedo a ser agredidas o agredidos, hace que la gente cambie su estilo de vida: se refugia en sus hogares, a los que coloca candados, cadenas, barras de seguridad y alarmas, lo que da paso a un proceso de deterioro comunitario pues la convivencia se restringe. Eso sucede actualmente en Fresnillo, Zacatecas, en donde la gente se mete a su casa antes de las 8 de la noche.
Todos esos problemas, repito, no los van a poder resolver los institutos de las mujeres ni aquellos especializados en feminicidios. Esos problemas son estructurales; es decir son generados por un sistema económico que solo se preocupa por tener trabajadores que diariamente incrementen las riquezas de los grandes empresarios, pero sin pararse a pensar en cómo viven esos empleados, sean mujeres o varones.
A los mexicanos nos quedan dos alternativas; la primera, seguir exigiendo a los gobiernos de todos los niveles que frenen la violencia contra las mujeres y den garantías de trabajo, educación, seguridad y salud a los mexicanos; y la segunda, organizarnos para que entre todos cambiémos el cruel e injusto sistema capitalista que día a día nos hace más pobres y maltrata cada vez más a las mujeres, víctimas de desapariciones, asesinatos y miedo.
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