Algunos datos dan cuenta de la situación actual. La secretaria ejecutiva de la CEPAL, Alicia Bárcena, dijo que en la actual crisis México será el segundo país de América Latina que empujará a más gente a la pobreza, más de 7 millones de personas; el subgobernador del Banco de México, Jonathan Heath declaró que el desempleo que nos herede la pandemia podría superar el 10.7 % que se registró en la crisis de 1995 lo cual ocasionará una gran caída de los ingresos, fenómeno más grave aún, añadió, si se toma en cuenta la caída de las remesas que vendrá en los próximos meses; 21 instituciones financieras que hacen análisis económico concluyeron recientemente (El universal, 5 de mayo) que el PIB del país –ése al que AMLO le hace “fuchi, caca”, pero que es un valioso indicador de generación de riqueza- se contraerá en el presente año entre 6.4 y 9.7 por ciento, la caída más grande en 88 años. Por otro lado, la Sociedad Hipotecaria Federal (SHF) reporta que el precio de la vivienda aumentó 7 % en el primer trimestre del año y la Asociación Nacional de Pequeños Comerciantes reporta que durante la cuarentena productos de la canasta básica como jitomate, cebolla, chile, naranja, aceite para cocinar, limón, papa, aguacate, huevo, atún, papel higiénico, jabón para lavar, jamón, desinfectante en aerosol, jamón y cloro aumentaron de precio entre el 6.25% y 62.5%.
El panorama actual y futuro de los trabajadores mexicanos luce sombrío, pues se revela una reducción enorme de sus posibilidades de obtener ingresos y por otro lado, carestía: la gente no tiene dinero para comprar y las mercancías que necesita para subsistir son caras. El Gobierno, dice Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía 2001, debe reducir los efectos nocivos de la pandemia y del mercado, como generadores de desigualdad: “La gente pasará por fuertes preocupaciones financieras. Va a haber necesidad de un apoyo gubernamental fuerte. Y van a necesitar, por un incremento de la desigualdad, sistemas de protección de la salud y de seguridad social más robustos.” (Expansión, 6 de mayo). Esta es una recomendación antineoliberal, y sería de esperar que fuera del agrado de AMLO, dado que se la pasa conjurando verbalmente al demonio neoliberal; sin embargo, el Gobierno de México ha anunciado medidas totalmente insuficientes para aminorar los efectos del desastre económico: académicos como Raúl Feliz, del CIDE, han declarado que su plan es como una “pequeña aspirina” para una grave enfermedad de la economía nacional. Y esta opinión del experto se confirma con la gran cantidad de voces del sector empresarial y de los trabajadores, que por millones se han puesto a protestar por la falta de apoyos gubernamentales.
El Gobierno que de palabra se ha dicho el más antineoliberal, en los hechos se muestra como el más reacio a intervenir en la economía para frenar las desigualdades, así, los menos aptos para sobrevivir a la crisis, los que cuentan con menos recursos, del lado del capital: empresarios micro, pequeños y medianos, se verán imposibilitados de sobrevivir, se irán a la quiebra y dejarán su tajada del pastel para ser devorada inmediatamente por los grandes monopolios, así se explica que varios grandes consorcios consentidos de la 4T estén relamiéndose los bigotes ante la mesa que AMLO les está sirviendo; el Gobierno actual asume un comportamiento
La situación no es sostenible por mucho tiempo. El actual Gobierno ha dado muestras sobradas de ineficiencia: en su primer año, sin crisis mundial y con un escenario relativamente favorable su conducción del país resultó en -0.1 por ciento de crecimiento del PIB; hoy, no hay visos de cambio de rumbo. Desde el púlpito, displicente, ya burlón, ya arrogante, con el gesto satisfecho como si diera extraordinaria cátedra, exultante y mirando por encima del hombro, el presidente dicta una u otra medida pero no se da cuenta de que no han funcionado, ni funcionarán, porque ignora siglos de experiencia y conocimiento, y no se puede ir contra la historia. En el mediano plazo AMLO no le sirve al capital ni a las clases trabajadoras: al primero porque aunque tengan un triunfo efímero algunos grandes monopolios ¿a quién le venderán si la gente no tiene capacidad de compra, desempleada, empobrecida, enferma y con hambre? ¿Cómo se podrá poner a producir a una clase trabajadora debilitada? A las segundas porque las matará de pobreza, hambre y enfermedad, queriendo controlar su voto a través de una humillante limosna social previamente sacada, vía impuestos, de sus bolsillos.
La situación actual permite, o aún más, hace necesaria la alianza entre empresarios progresistas y los trabajadores; dicha alianza deberá exigir un plan integral urgente para impulsar un modelo económico racional, que permita al capital desarrollarse pero también a los trabajadores vivir mejor. Los empresarios progresistas deben hacer a un lado los prejuicios y ceder hasta donde sea necesario para poder enlazarse en una lucha política con los trabajadores. Así, juntos y en interés propio se puede avanzar. Dispersar fuerzas, tendencias separatistas por un lado, simple oposición a las medidas del mesías sin ofrecer alternativa, loco endeudamiento local y empresarios buscando medidas de rescate por otro, no llevarán a ninguna solución sostenible y próspera.
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