Hace casi 100 años, Lev Semiónovich Vygotsky,uno de los grandes teóricos de la psicología del desarrollo, explicó sus postulados sobre la psicología del arte que a grandes rasgos expresa lo siguiente: El artista es siempre afectado por sus circunstancias, (teoría que anteriormente había Sido expresada por Marx cuando hablaba que el ser social era consentido por sus circunstancias) estas mismas, a su vez, afectan directa o indirectamente en su obra artística; es decir, el artista concibe su obra de acuerdo con lo que ha vivido, ha visto o ha sentido, es por esto que los detalles en las obras plásticas, por ejemplo, pueden ser manifestaciones de momentos exactos en la vida del artista, pero aún más importante, expresan particularidades de la coyuntura social en la que el artista vive.
La forma de organizarse, la cosmovisión y algunos otros aspectos son manifestados en su obra y claro, también las relaciones sociales de producción a la que esté sometido o de las que sea testigo.
Cuando persona analiza alguna de las obras de Vincent Van Gogh o de Óscar Claude Monet, podría encontrar una contradicción a lo antes dicho, pero no es así. Si analizamos toda la primera parte de la obra del célebre holandés, nos podemos dar cuenta que la expresión realista de su obra forma parte primigenia de la evolución de la forma y de la técnica de la que fue precursor pero que, para llegar a este momento, Vincent expresó la forma en la que vivía la gente del Borinage, que fue fundamental para la sustancia de su obra.
La evolución de Vincent Van Gogh pertenece también a las condiciones sociales que permiten la concepción postimpresionista de la técnica y como, poco a poco, la forma se iba perdiendo a través del manejo de otros elementos dentro de la pintura y su evolución. Dentro de esta época se desarrolla Monet, por ejemplo, haciendo una apología del desarrollo de la pintura no solo por sus condiciones físicas, sino porque a través de su técnica parece mostrarnos el anhelo que sentía por volver a su hogar.
Así pues, estos ejemplos muestran la forma en que el artista siente afectaciones por las condiciones en las que vive y, al mismo tiempo, la coyuntura social queda expresada o en la forma o en el contenido de la obra de arte.
Pero el último eslabón del que habla Vigotsky es la afectación que la obra de arte provoca en la sociedad, así es, la representación de la obra de arte puede provocar en quién la percibe, un goce estético tal, que puede sublimar tanto los sentimientos del espectador que puede incentivar una revolución mostrando el descontento, las injusticias y otros de los sentimientos humanos.
Así pues, en el último Encuentro Nacional de Teatro del Movimiento Antorchista, pudimos ver una veintena de obras en las que apreciamos los sentimientos del pueblo, sus vivencias, sus preocupaciones, sus anhelos… entre ellas, una en particular que hubo llamado la atención de quien hoy les escribe “El nuevo cerco de Numancia”.
“El nuevo cerco de Numancia”, del dramaturgo español Alfonso Sastre, nos presenta una relectura y reescritura de “Numancia”, obra original de Miguel de Cervantes Saavedra, escrita en 1585 y considerada una de las mejores tragedias renacentistas españolas, inspirada en la derrota de Numancia, en el año 133 a. C., por los romanos.
La obra muestra la resistencia del pueblo libre frente a las asechanzas imperialistas que lo desean someter, vinculándolo también a la coyuntura contemporánea que pareciese de lejos no cambiar.
Veinte años duró el asedio de Numancia, tiempo suficiente para avergonzar y provocar la ira del gran Imperio Romano. Cinco cónsules fracasaron en sus intentos de conquista, los tres siguientes ni siquiera se atrevieron a acometer el asalto. Hasta que el Senado romano decidió enviar a Publio Escipión “El Africano”; más astuto e inhumano que sus predecesores. Las grandes murallas fueron pieza fundamental para la supervivencia temporal numantina, pero su valentía, orgullo y dignidad de pueblo libre les otorgaron la vida eterna.
“Una lucha de dos colectivos que se mueven por intereses muy distintos: uno noble, digno, asumible por la totalidad (paz, independencia, defensa a ultranza de lo propio) y otro espurio: el egoísmo ambicioso de un dictador, que sólo piensa en su minuto de gloria antes que en la vida de sus soldados y en la dignidad del ejército y de los civiles (inocentes) que tiene en frente”.
Aquí queda demostrado que el pueblo no es afectado únicamente por valores intrínsecos, sino por su posición dentro de las relaciones sociales de producción. Y esta obra, que demuestra cómo las relaciones sociales de producción quedan grabadas dentro de las expresiones artísticas muestra los alcances que puede tener el pueblo en dos sentidos, el primero de estos en el grado de profesionalismo que pueden llegar nuestros grupos culturales y al observar alrededor los ojos llorosos, los puños apretados y los dientes que con fuerza se unían entre sí, el gran poder receptivo que tiene nuestro pueblo cuando se le acercan estas obras tan importantes.
Aquí todos participaron, hombres, mujeres y niños que defendieron con valentía todo cuanto suyo era, al quemarlo antes de pasar a ser de manos enemigas. Algo que recuerda la historia de los indios Chiapa que, ante el enemigo, se aventaron del cañón del Sumidero al darse cuenta que un enfrentamiento los condenaría a un esclavismo perpetuo. O el pueblo Iraquí que hubo antes quemado sus yacimientos petroleros que verlos ser explotados por sus enemigos.
Hoy hace falta una batalla más, una que liberarán aquellos que somos explotados. Una batalla de todos los pueblos en unión e identificados con nuestra clase social. Los antorchistas aquí estamos, y le acercamos la verdad al pueblo a través del arte para educarse y para provocar su descontento por este sistema que tanto ha oprimido a los trabajadores.
Por la unión de todos los pueblos, ¡Numancia o muerte!, ¡Patria o muerte!, ¡Soviet internacional!, ¡Somos un solo hombre, somos un solo ideal, adelante antorchistas hasta triunfar!
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