Aunque se admite que la pobreza y pobreza extrema laceran a cerca de 1.8 millones de personas en Quintana Roo, existe total indiferencia del gobierno que impulsen acciones para enfrentar o abatir esas condiciones que afectan principalmente a la gente de colonias populares y de la zona rural.
Para nadie es un secreto y nadie descubre el hilo negro cuando afirman que en Quintana Roo casi el 50 por ciento de su población está sumida en la pobreza; que la marginación, la falta de servicios públicos, de agua, de electrificación, de oportunidades de educación, de seguridad, es algo común en zonas bien identificadas, donde la voz de quien exige igualdad no es escuchada.
No hemos mentido, para nada, cuando exponemos esas carencias, cuando decimos que las autoridades, emanadas de los tres órdenes de gobierno, no han podido, aun con millonarios presupuestos, llevar la igualdad social a millones de personas que viven hacinadas en casas humildes, construidas con madera y cartón, e incluso con lonas que fueron utilizadas por los políticos en tiempos de campaña, los mismos que cuando llegaron al poder no cumplieron con su palabra empeñada.
Y para constancia, ahí están los reveladores datos de la Secretaría de Bienestar que señalan, como siempre se ha denunciado, que en Quintana Roo hay una población superior al millón 798 mil personas, o sea el 35.3 por ciento, que tienen carencias moderadas y 9.5 por ciento vive en pobreza extrema.
En conjunto, la pobreza “moderada” más los de pobreza “extrema” representan el 44.8 por ciento de la población total estatal, unos 812 mil 100 habitantes. Y lo revela la instancia del poder que está encargada de recopilar esos datos, “no es invento, las cifras son reales, pero el esfuerzo para abatirlas no existe, prefieren ignorarlas que ayudar a esa gente a salir de esa marginación y pobreza que cada día es más severa”.
“Alguien ha escrito que Quintana Roo tiene dos caras, y tampoco miente, el del polo turístico más importante del país, con caros hoteles, restaurantes de lujo, con una vida nocturna e importantes empresas que generan millones de pesos, pero también está aquella faceta donde niños y mujeres trabajan en sus esquinas o piden limosna y que habitan humildes viviendas, donde apenas hay para comer, para el transporte urbano”.
Y duele más cuando se sabe y se presume que Quintana Roo recibe miles de millones de pesos para impulsar, no la igualdad social, sino ese rostro donde el que tiene dinero produce dinero, el que es rico se vuelve más rico, en tanto que los pobres sólo miran y se vuelven más pobres, eso sí, con la esperanza, que es lo último que muere, de mejorar sus condiciones de vida, lo que difícilmente lograrán sin la sinergia y el apoyo de las autoridades.
Esos millones de mexicanos, de quintanarroenses, son los que miran con ilusión, por ejemplo, la escandalosa inversión de una obra faraónica como lo es el Tren Maya, que el Gobierno Federal ha vendido, y muy caro, como la salvación para el sureste de México.
Sin duda, generará millones de pesos en ganancias a los potentados, a los amigos de la 4T que se hagan de concesiones, de los terrenos donde serán construidos hoteles, estaciones, centros de servicios, pero mínima será la derrama para el campesino, para el ama de casa, para el indígena que sólo podrá acercarse al Tren Maya para verlo pasar, porque se duda que puedan en él comercializar sus productos, su comida, sus artesanías, porque ese derecho sólo lo tendrán quienes generan y aportan dinero.
Lo verdaderamente escandaloso, se insiste, es que, desde la más alta esfera del poder, se cuenta y se mide la pobreza de los mexicanos, dicen con exactitud cuántos pueden comprar productos de la canasta básica y cuántos otros no, pero hacen nada para cambiar esas cifras. Eso duele, porque siempre fue la promesa, de quien hoy detenta el poder, de que siempre serían primeros los pobres, frase que hoy comprendemos sólo fue propaganda que vendió “El Peje” para realizar su anhelo de poder, no para ayudar a quienes confiaron en él. Esa es la realidad.
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