A propósito, de los últimos datos revelados por parte del Banco Mundial, donde los 10 hombres más multimillonarios del mundo han aumentado sus fortunas en lo que va de la pandemia, ha puesto de relieve el aumento de la gran desigualdad que hay en el mundo desde hace años, y que la pandemia vino hacer más estrecha ya que en el mundo, la mitad más pobre de la población apenas posee el 2% de la riqueza, mientras que el 10% más rico posee el 76% de toda la riqueza.
México es una de las 20 naciones más ricas del mundo, pero también una de las economías más desiguales, según el Reporte Mundial de la Desigualdad 2022, en nuestro país solo el 10% de la población almacena el 79% de la riqueza nacional, mientras el 50% de los mexicanos continúa su lucha diaria contra la pobreza. En el caso de la Ciudad de México, donde desde hace 3 años gozamos de una auténtica “democracia”, en la metrópoli cerca del 50% vive en la pobreza y solo el 7% concentra la riqueza, según un diagnóstico de desigualdad difundido por el gobierno de la ciudad en 2020, también el informe encontró que 1.7 millones de capitalinos sufren pobreza extrema.
Nuestro país, que es uno de los territorios más ricos del mundo, sufre una desigualdad muy grande, los que tienen mucho y los que nada tienen, y que como en todo el mundo la pandemia vino a poner a la vista de todos. El excesivo poder económico y político de algunos reduce la capacidad de actuar e influir en el resto de la sociedad. ¿Quién es más probable que reciba una invitación a una cena con un miembro de la élite política del país, uno de los hombres más ricos del país o el resto de la sociedad? La riqueza se está convirtiendo rápidamente en la fuente de poder e influencia más importante del mundo. Con esto la alta concentración de la riqueza crea un agarre político, es decir, una influencia indebida en los procesos democráticos y de toma de decisiones que la riqueza permite a las élites del país, dejando a la inmensa mayoría de las personas sumergidas en la pobreza que hoy en día es mayor. El deseo de reducir la desigualdad no es un ataque a los empresarios ni a los multimillonarios. Este deseo se deriva de las duras críticas a un sistema económico y político que permiten la acumulación o el aumento de la riqueza heredada a través del monopolio y marginan política, económica y socialmente a millones de personas.
La desigualdad no es inevitable, la evidencia es clara: los países con mejor distribución de la riqueza tienen menores niveles de pobreza, mejores sistemas de salud y educación, y mejor calidad de vida, y para poder acabar con la pobreza debemos cambiar el sistema económico que nos rige y hace que la riqueza solo se concentre en unas cuantas personas, este sistema no tiene interés por solucionar los problemas de inequidad social ni de desigualdad en la distribución de la riqueza amasada durante el histórico proceso económico de reproducción del sistema, debido a que no es capaz de mirar críticamente sus mecanismos de regulación, como tampoco es capaz de aceptar que es resultado de una historia plagada de conflictos sociales y económicos pendientes de analizarse cuidadosamente.
Finalmente, los mexicanos debemos estar conscientes de que el verdadero mal de nuestro país no es la corrupción, sino la injusta repartición de la renta nacional derivado del sistema económico que nos rige, y que para poder solucionar el problema debemos tomar las riendas de este país, y que un cambio es posible solamente si llevamos a la práctica la implementación de un modelo económico que verdaderamente vea por las necesidades de la gente, donde haya empleos para todos los mexicanos que estén en condiciones de trabajar, y que a su vez estos trabajos sean bien pagados, además que el gobierno cobre impuestos de manera proporcional a nivel de ingresos, así, con lo recaudado a través de los impuestos se invirtiera en obras y servicios que beneficien al pueblo mexicano. Y este cambio solo lo propone el Movimiento Antorchista desde hace 47 años. Tarde o temprano el pueblo vencerá.
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