Seré breve. ¡Claro que lo seré, pues no hay mucho que decir! La realidad nos golpea y habla por sí sola. Sólo diré que las plazas, las calles, los comercios, lucen casi desiertos en mi ciudad. "¡Quédate en casa!", se repite una y otra vez hasta el cansancio. Pero el hambre tortura nuestros estómagos y se ríe maliciosa de ese slogan de papel. ¡Ah! Sí, ¡hambre maliciosa! Compañera al fin de nuestro andar, del andar de los descalzos, de los pobres. Con ella nos enfrentamos a diario y la sorteamos. Hoy te agigantas y cebas sobre los pobres.
Dicen (¡y dicen muchas cosas!), y deben ser ciertas, que allá en el Norte rico, en la ciudad de los grandes rascacielos hay decenas de cajas congeladoras de tráiler para muertos a las afueras de los hospitales, y que sus paredes, sus ventanas, sus calles están tiznadas de un polvo lúgubre de crematorio, es un polvo de negros, de latinos, de .... pobres.
"¡Quédate en casa!", "¡Quédate en casa!" repiten machaconamente. Mis hijos, en su inocencia, no entienden ese mal que nos asecha; su futuro incierto es ahora más obscuro. Salgo de la casa, pues busco el mendrugo para ellos. Sé que mi vida se enfrenta hoy a una muerte alevosa e invisible. Ahora un virus que vino de otro continente y hoy está en todas partes. Esta sociedad dominada por los dueños de máquinas, tierras y dinero se ve "impotente". Si se atentara contra su capital ya estarían en pie de guerra derramando oro. ¿Quién nos ayuda a los pobres en estas horas funestas? ¿Quién se conduele de nosotros? Los grandes magnates, cobardes como siempre, han huido a lugares lejanos para ir como muertos a enterrarse cien metros bajo tierra en sus lujosos Bunkers.
El gobierno, de mi México, ese sólo nos miente. Para él los muertos solo son estadísticas. Una gran, sonora y bonita campaña de "¡Quédate en casa!" que sólo lo pueden llevar a cabo los que tienen sus alacenas repletas de comida, pero ¿y el obrero, el campesino, el comerciante pobre...? El gobierno no es de los pobres y no debe esperar nada en estos momentos difíciles.
Mi corazón se aprisiona, se abate. La fábrica, ese monstruo que nos devora hora tras hora, ha parado...cerro y me arrojo a la calle. Soy quien le da vida y engrasa a la máquina, soy quien lo inútil lo transforma en objetos útiles para la vida. "¡Quédate en casa!", "¡quédate en casa!", "¡Quédate en casa!" Casi me vuelvo loco.
Camino en la obscuridad. De repente veo a gente de ropa casi en harapos, como yo. Uno, dos,...¡miles! ¡Oh! ¡No todo está perdido! Solos somos polvo; unidos, roca. Juntos acabaremos piedra a piedra esta sociedad que utiliza la ciencia y técnica para enriquecerse y no para acabar con plagas. Hoy las máscaras sobran. Se sabe quién está con nosotros y quién nos engaña y utiliza. Nuestra fuerza esta en nuestro número y en nuestra organización. Dicen que esto es subversivo. Sí, ante la muerte evitable, lo soy. ¡Sueño con un mundo mejor!
¡He sido breve!
0 Comentarios:
Dejar un Comentario